2020: a 55 años de la primera psicóloga en la Comarca Lagunera. Entrevista a Margarita Obregón

Margarita Obregón, 2020

Al iniciar la indagación sobre el fondo documental de Margarita Obregón, deseaba tener la posibilidad de conversar con ella, a casi seis décadas de su experiencia universitaria.  No fue sino hasta hace algunas semanas que, a través de la generosa faena de dos amigas quienes la conocieron en su juventud, conseguí el teléfono de uno de sus hijos. Pero en tiempo de Covid-19 es casi imposible realizar una entrevista cara a cara: la pandemia ha cambiado por completo nuestras formas de interacción. Por esta razón, nuestro diálogo fue a la antigua: por escrito. Su hijo Ernesto fungió como intermediario. De esta manera, tuve una experiencia poco común: fue imposible identificar su voz y sus gestos, pedirle que ahondara más en alguna cuestión, observar la manera en que subrayaba algunas anécdotas, pero siento gratitud de habernos conectarnos a través de las palabras, tal como ella lo hizo con su madre y su tía (Reina y María Teresa Sarabia) siendo estudiante de la UNAM.  Hoy sabemos a través de ella, que su hermano Carlos fue quien reunió las cartas y las conservó “porque a él le fascinaba eso, guardar las cartas de la familia o de alguien en especial”. La afición de Carlos la podemos corroborar también en el Archivo Histórico de la Ibero Torreón, pues donó el archivo de su familia extensa. Este fondo documental se encuentra en proceso de digitalización.

El contacto con la Psicología

Si a Margarita se le reconoce haber sido la primera psicóloga en la Comarca Lagunera y no había esa licenciatura en este lugar, ¿cómo se enteró de esta disciplina? ¿cómo identificó que la ofrecía la UNAM desde hacía pocos años? Ciertamente no la conoció en Torreón, su lugar de origen y en el que terminó sus estudios previos, pues corrobora que “no había psicólogos en ese entonces”. En 1965, cuando regresó a esta región para trabajar de manera profesional, “nadie sabía para qué servía, menos pronunciarla”. Sin duda le tocó abrir brecha.

Recuerda que se enteró de esta carrera por su prima Beatriz Frank Meléndez, a quien reconoce como mentora: “era estudiante de Filosofía y Letras, sabía 7 idiomas, tenía 10 años más que yo”. Ella fue quien le aseguró que en esta nueva licenciatura encontraría lo que ella buscaba. Rememora que “en alguna ocasión acompañé a mi prima a la UNAM. Ella entró a clase y me cansé de esperarla. Entonces vi que atrás de mí había un pizarrón en donde estaban las carreras y, entre ellas, la que me había mencionado: Psicología”.

Apoyos fundamentales

Margarita confiesa que no era común que las mujeres salieran a estudiar a otros lugares: “mis papás temían que me fuera a la ciudad de México”, pero contó con un apoyo fundamental “…la directora del colegio la Luz, donde yo había estudiado la preparatoria, fue a hablar con mis papás y con mi tía. Les dijo que ella se hacía responsable de mí. Era la maestra Pilar Olivares”. Esto fue muy importante, “confiaba en mí”, señaló. De esta manera obtuvo el soporte que requería de su familia, tanto su autorización como el apoyo financiero, pues reconoce que sus padres y su tía hicieron sacrificios para mantenerla allá, aunque su logro valió la pena.

Aunque evoca que en Torreón “estaba acostumbrada a muchas consideraciones y protecciones”, la salida pareció darle una fortaleza: en México corría desde muy temprano, “antes de las 7 de la mañana me iba a tomar el camión y a veces iba colgando de la puerta. Pensaba ‘¡Dios mío!, ¿que estoy haciendo acá?’”. Tuvo cinco compañeras en la carrera, pero “sólo yo era de fuera, todas las demás vivían con su familia”. Por esta cuestión, “varios compañeros vaticinaron que no iba a poder estar lejos de mi familia y que iba a fracasar y ¡cuál va siendo mi dicha que, de mi generación, fui la primera en recibirme!”.

Residencias para jovencitas

“Margarita todo lo hacía de corazón, ya fuera estudiar, bailar o divertirse…”

En ese entonces, había religiosas que atendían residencias para señoritas -como se les llamaba- que llegaban a estudiar o trabajar a la Ciudad de México. Margarita vivió primero en la residencia de las Teresianas, “porque la señorita Pilar Olivares vivía a la vuelta y ella les recomendó a mis papás y a mi tía este lugar”. Menciona que hizo muy buena relación con las personas que la atendían: Aurora, la directora; Tita, la secretaria y Lila, una auxiliar. Otra de las teresianas, Consuelo, le dijo que apreciaba y admiraba que “todo lo hacía de corazón”, ya fuera “estudiar, bailar o divertirse”. Evoca una anécdota: “Una vez vinieron algunas teresianas de España y me dijeron que iba a haber un concurso de baile. Yo lo hacía muy bien. Mi tía me mandó castañuelas, vestido y zapatos rápidamente y saqué un premio por mi actuación. Siempre disfruté lo que hacía”. A veces tenía posibilidades de saludar a su maestra Pilar: “Cuando ella iba a ir de visita a la Ciudad de México, mi mamá me avisaba para que fuera a saludarla”.

La Ciudad de México

“Desde los 12 años mi abuelita me llevaba a la Ciudad de México durante las vacaciones de verano y llegábamos a la casa de una hermana más chica de mi abuelita, ya que su familia era muy numerosa, 21 hermanos.  Mi prima Beatriz me llevaba a conocer muchos lugares”. De diversas maneras Margarita hace notar que disfrutó muchísimo su estancia en esta ciudad: “Me tocó el México de antes, hermoso, muy diferente al actual. Hay una película que se llama México de mis recuerdos y se refiere a ese México que yo viví. Dice que se sentía ahí “como pez en el agua”. Hablaba con sus papás cada 8 días y sólo venía a Torreón en Navidad y en vacaciones grandes, “para no distraerme de los estudios”; aunque claro, eso no obsta para que saliera a divertirse: “salía con las amigas, eran tres colombianas, hermanas, y otra que se llamaba Bety. Los sábados nos íbamos a bailar cumbia a casa de una amiga, o a casa de un amigo, y ahí bailábamos con discos. Tuve un pretendiente, que era muy servicial, muy atento, pero yo ya tenía mi novio acá, y solo era un buen amigo para bailar. Cuando no había baile, nos íbamos a cenar al Sanborns de la zona rosa, muy agradable”.

La UNAM

“Soy de la generación 1961. Ese año fuimos tantos estudiantes, que los maestros invitaban a los alumnos a salirse del salón, porque éramos muchísimos. Un maestro nos dijo que, si estábamos ahí para ayudar a la familia, mejor nos saliéramos, porque la carrera no era para eso, sino para ayudar a los demás. Llegamos a ser 110 alumnos, pero sólo 5 alumnas de 18 años: todos los demás ya habían hecho una carrera”. Así cuenta Margarita el inicio de su experiencia académica. Recuerda con afecto al Dr. Luis Lara Tapia, a quien ya mencionamos en Las primeras tesis de Psicología, de esta Bitácora, quien la invitó, junto con otras dos estudiantes, a trabajar a La Castañeda, el centro psiquiátrico más antiguo y grande de México en ese tiempo: “Nos íbamos saliendo de clase y nos preparaban para saber cómo conducirnos con los enfermos. Después de un tiempo, vi que esas clases que nos dio el Dr. Lara fueron de mucho beneficio, pues veía el adelanto que habíamos logrado”. Durante sus años de estudio se realizaron unos famosos viajes a Texas, para realizar investigación. Se trataba, cuenta Margarita, “de experimentos con ratas blancas, la reacción que tenían respecto a lo que hacíamos con ellas, la reacción a estímulos”. Es posible que se tratara de los primeros acercamientos académicos hacia el Conductismo, pues también identifica que participó en un congreso internacional, celebrado en Miami en 1965, donde también “había cajas de cristal con pequeñas ratas blancas para exponer los experimentos que hacían los maestros”. Margarita hizo su servicio social durante 6 meses en el tribunal para menores de la Ciudad de México, “me molestaba el mal trato que tanto los doctores como las enfermeras les daban a los chicos”.

Entre los profesores que tuvo recuerda a los doctores Mc. Gregor, Sandoval, Cuevas y Curiel. Este último, “era el director de la carrera y luchó mucho con el rector de la UNAM para que en el titulo no apareciera ‘licenciado en Psicología’, sino que apareciera ‘Psicóloga’, por eso no me gusta que me digan licenciada, ya que el director luchó mucho para ese logro, y así debe decirse”.

Vida profesional

Margarita regresó a Torreón después de terminar su tesis. Recuerda que se sentía agotada por ese proceso y deseaba tomar 15 días de vacaciones al concluir sus estudios. Recuerda que cuando estaba realizando los últimos trámites en la ciudad de México, su mamá comenzó a hablarle seguido por teléfono y a preguntarle “Hijita, ¿te falta mucho?”. La cuestión es que una persona quería hacerle una consulta y le urgía que ya llegara. Así que cuando su mamá fue a recibirla al aeropuerto con unas flores muy bonitas, le dijo: “la señora “x” volvió a preguntar ayer por ti y le dije que llegabas hoy, por favor te pido que la atiendas, pues está muy mortificada”. A las dos horas de haber llegado, Margarita ya tenía su primera consulta. Recuerda que con base en los aprendizajes de su tesis entrevistó a la hija de esta persona y la sacó adelante.

El Siglo de Torreón, 23 de mayo de 1965, p.4

También recuerda otro hecho que le fue muy significativo: “La abuelita de un niño, quería llevarme a su nieto, pero no sabía la dirección de mi consultorio. No sé si todavía, pero antes era muy común que al recibirse alguien se ponía en el periódico la fotografía de quien egresaba. La mía había salido como ‘nueva profesionista en Torreón’ y ella fue al periódico a pedir mis datos, pero el gerente, el Sr. Esparza, no se los quiso dar hasta hablar conmigo, para ver si yo le autorizaba a dárselos. Le dije que sí, encantada de que se los diera.  La abuelita se comunicó por teléfono y les di cita a los abuelos. Les hice preguntas sobre el niño y ya que terminaron, les pedí que regresaran con el niño, pero les advertí que ellos tendrían que esperar afuera. El niño era hijo de padres divorciados. Cuando terminé el estudio psicológico, cité a los señores y les expliqué cuál era el problema del niño, tanto el diagnóstico como el pronóstico. Entonces me dice el abuelo ‘¿cuánto le debo?’, y me puse muy nerviosa, titubee, porque pensaba que si le cobraba mucho se molestaría, y si le cobraba poco no era justo, porque había sido mucho trabajo, entonces le dije: ‘son 300 pesos’. Se paró molesto, y yo pensé: ‘Ay, Margarita, no debiste pedir esa cantidad’. El señor saca de su cartera 1,500 pesos y me dice muy serio: ‘no le doy más para no ofenderla, pero el trabajo que hizo con mi nieto vale más que eso”. Ese niño, ahora es un hombre de bien, se llama Ernesto, y pensé, “cuando tenga otro hijo le voy a poner Ernesto, en honor a mi primer paciente”.

Margarita realizó posteriormente una maestría en Recursos Humanos, también en la Ciudad de México: “me iba el viernes por la mañana y regresaba el lunes temprano”. Mientras terminaba estos estudios, comenzó a trabajar en CIMACO, en el área de recursos humanos. Rememora que Eduardo Murra, su jefe, le permitía irse desde el viernes, ya que ahí se trabajaba los sábados.

De esa época recuerda un hecho que la llevó a obtener otro trabajo. Cuenta que un día apareció una nota en el periódico sobre una conferencia que daría una psicóloga. Dice que le llamó la atención, porque ella la conocía y sabía que no había estudiado esta carrera, ni tenía alguna especialidad en Psicología.

Fue a la charla y el aula en la que se presentó esta persona estaba llena. Comenzó a dar su plática, pero dice que explicó algunos conceptos de manera errónea, por lo que ella se levantó y le dijo: “profesora espero que se acuerde de mí, soy Margarita Obregón y lo que usted acaba de decir es totalmente incorrecto” y le expuso por qué decía eso. “Yo no lo hice con la intención de humillarla o sentirme superior, sino simplemente porque no era correcto lo que dijo”. Al terminarse la conferencia, la detuvo un licenciado de apellido Elizondo, coordinador de Contaduría (en la UAC) y le comentó que le había gustado mucho su interpelación y le propuso trabajar como psicóloga para esta licenciatura. Se encargaría de hacer pruebas psicológicas a los alumnos y dar la materia de Psicología Industrial, ofreciéndole un muy buen sueldo. El edificio en el que trabajaba estaba en la Juárez y Rodriguez, “era un edificio viejo, mientras se construía el que todavía existe por el Boulevard Revolución. Allá nos cambiamos en 1967, más o menos”. Para reflejar el aprecio que tenían por su trabajo, cuenta que cuando estaba embarazada de su tercer hijo, avisó que ya no podría seguir trabajando en la facultad. Pero para su sorpresa, fueron a convencerla de que siguiera laborando. Y si para ello se requería que mandaran por ella, así lo harían.

Margarita considera que muchas cosas cambiaron en la Comarca Lagunera al introducirse la Psicología. Sin duda, hoy somos testigos de ello.

Laura Orellana Trinidad
Sobre el autor

Licenciada en Sociología, maestra en Historia y doctora en Historia por la Ibero Ciudad de México. Es directora de Investigación Institucional de la Ibero Torreón y coordinadora del Archivo Histórico Juan Agustín de Espinoza, SJ. de la misma universidad.

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